Soledad miró el teclado. Todavía estaba en garantía, así que podría reclamar por las teclas que, tras el diario uso que les daba, se habían ido borrando lentamente. Lo miró varias veces: la letra A había desaparecido por completo ya; sólo quedaba un cuadrado en tres dimensiones muy negro, con algunas pelusas ínfimas a su alrededor. La S seguía el camino de la A y la D luchaba, a medias, por todavía permanecer, aunque la mitad de su panza ya se encontraba desprendida. Buscó la caja que conservaba en el depósito y encontró entre los papeles y el envoltorio de burbujas de aire la garantía. Efectuó una llamada telefónica a las 15:48, pidió las tres teclas, leyó todos los códigos y le tomaron los datos. Prometieron que al día siguiente las teclas iban a estar en sus manos.
Como la mayoría de las promesas, 14:23 del día siguiente y las teclas no estaban en el buzón. Frunció el ceño lo suficiente como para demostrar su enojo, pese a que nadie la estaba mirando. Pero qué va, era sólo para ella, una exteriorización egoísta.
18:44, dos días después. El timbre, el cartero y una pequeña caja. Firme-esta-planilla-gracias-por-su-llamado-todos-los-reclamos-de-nuestros-clientes-son-muy-importantes-para-nosotros-que-tenga-un-buen-día. Soledad tenía en su poder una caja de diez por diez, rellena de kraft y en el fondo, sin pelusas y sin un rasguño, la A, la D y la S. Decidió poner una pava al fuego para el mate: desarmar el teclado sería lo más emocionante del día; merecía ser acompañado por unos excelsos amargos.
Termo, mate, destornillador y caja en bandeja, se sentó en el piso con el teclado frente a ella, patas para arriba. Sacó las tres letras de la caja y las dispuso frente a sí. No pudo evitar la tentación de jugar a agruparlas, formar anagramas.
AD/S (anuncio/s en inglés)
AS (como, en inglés)
DA/S (él/tú)
SA (el diminutivo de cualquier nombre, como Santiago, Sabrina... quizás hasta con un poco de imaginación, diminutivo de Soledad)
SAD
Se atragantó con el mate; las teclas, brillantes, nuevas. El hecho de sentirse neo triste como un departamento a estrenar, como un vestido nuevo o unos zapatos a amoldar (¿por qué será que nunca nos amoldamos a los zapatos?). Echó otro vistazo a su teclado y se reprendió por tonta: la L, la N, la M, la E, la R y apenas la C, también borrándose. Pero no se había percatado de ello y ahora esas tres letras agrupadas como burlándose de su juego, la D un poco más arriba de las otras dos. Reflexiones cuasi filosóficas se le vinieron a la mente: una tristeza que parecía borrarse, que quería borrarse y ella insistía en querer estrenarla constantemente, renovarla. Unas teclas gastadas, quizás de aquella vez en la que insistió llenar una hoja en blanco con esa sensación, tipeando la palabra en inglés sólo porque era más corta y quizás, cuanto más la escribiese, más quedaría apresada en el papel en vez de dando vueltas por su organismo. El movimiento mecánico de sostener el shift con el anular derecho porque no le gustaba poner el bloqueo de mayúscula y el pulgar apretando la barra espaciadora, mientras el índice izquierdo paseaba de la S a medias, la A borrada y la D con principios de olvido. Y Soledad tipeaba
SAD SAD SAD SAD SAD SAD SAD SAD SAD SAD SAD SAD SAD SAD SAD SAD SAD SAD SAD SAD SAD SAD SAD SAD SAD SAD SAD SAD SAD SAD SAD SAD SAD SAD SAD SAD SAD SAD SAD SAD SAD SAD SAD SAD SAD
No repuso las letras del teclado.
Como la mayoría de las promesas, 14:23 del día siguiente y las teclas no estaban en el buzón. Frunció el ceño lo suficiente como para demostrar su enojo, pese a que nadie la estaba mirando. Pero qué va, era sólo para ella, una exteriorización egoísta.
18:44, dos días después. El timbre, el cartero y una pequeña caja. Firme-esta-planilla-gracias-por-su-llamado-todos-los-reclamos-de-nuestros-clientes-son-muy-importantes-para-nosotros-que-tenga-un-buen-día. Soledad tenía en su poder una caja de diez por diez, rellena de kraft y en el fondo, sin pelusas y sin un rasguño, la A, la D y la S. Decidió poner una pava al fuego para el mate: desarmar el teclado sería lo más emocionante del día; merecía ser acompañado por unos excelsos amargos.
Termo, mate, destornillador y caja en bandeja, se sentó en el piso con el teclado frente a ella, patas para arriba. Sacó las tres letras de la caja y las dispuso frente a sí. No pudo evitar la tentación de jugar a agruparlas, formar anagramas.
AD/S (anuncio/s en inglés)
AS (como, en inglés)
DA/S (él/tú)
SA (el diminutivo de cualquier nombre, como Santiago, Sabrina... quizás hasta con un poco de imaginación, diminutivo de Soledad)
SAD
Se atragantó con el mate; las teclas, brillantes, nuevas. El hecho de sentirse neo triste como un departamento a estrenar, como un vestido nuevo o unos zapatos a amoldar (¿por qué será que nunca nos amoldamos a los zapatos?). Echó otro vistazo a su teclado y se reprendió por tonta: la L, la N, la M, la E, la R y apenas la C, también borrándose. Pero no se había percatado de ello y ahora esas tres letras agrupadas como burlándose de su juego, la D un poco más arriba de las otras dos. Reflexiones cuasi filosóficas se le vinieron a la mente: una tristeza que parecía borrarse, que quería borrarse y ella insistía en querer estrenarla constantemente, renovarla. Unas teclas gastadas, quizás de aquella vez en la que insistió llenar una hoja en blanco con esa sensación, tipeando la palabra en inglés sólo porque era más corta y quizás, cuanto más la escribiese, más quedaría apresada en el papel en vez de dando vueltas por su organismo. El movimiento mecánico de sostener el shift con el anular derecho porque no le gustaba poner el bloqueo de mayúscula y el pulgar apretando la barra espaciadora, mientras el índice izquierdo paseaba de la S a medias, la A borrada y la D con principios de olvido. Y Soledad tipeaba
SAD SAD SAD SAD SAD SAD SAD SAD SAD SAD SAD SAD SAD SAD SAD SAD SAD SAD SAD SAD SAD SAD SAD SAD SAD SAD SAD SAD SAD SAD SAD SAD SAD SAD SAD SAD SAD SAD SAD SAD SAD SAD SAD SAD SAD
No repuso las letras del teclado.