viernes, 17 de febrero de 2017

Abrir y cerrar

Da una mirada antes de salir del departamento. Piensa que últimamente los viernes de Enero son todos iguales. La rutina la aplasta horriblemente; la semana la encuentra siempre tramando la innovación, sin importar cuán pequeña sea. Hoy es menester ponerle pilas a esa guirnalda de luces que aún no estrena y prender una vela para sumir en luz cálida los ambientes. Repite mentalmente lo que tiene que comprar porque es sabido: suele ser la que olvida un ítem indispensable para luego recorrer góndolas hablando sola mientras hace listas mentales. Memoria fotográfica, eso es lo que tiene. Repasa polaroids mentales de alacenas, estantes y placares buscando *eso* que se escurrió de su conciencia.

“Pilas doble A, fósforos, velas; pilas doble A, fósforos, velas” es el mantra que le toca hoy; se lo repite susurrando al tiempo que esquiva al gato que, por criarse con el perro, copió ese vicio de estar siempre en el medio de los pies. Hoy fue día de poner orden y los ambientes no estarán tan presentables hasta la próxima semana. Porque sí, el orden dura lo que la estadía de la visita y el desorden es inversamente proporcional a la presencia. Leyó en algún lado que ya no recuerda, pero siempre cita, que las personas desordenadas son las más creativas y que, en el propio desorden, su creador se entiende; que hay que destruir para construir. Tanto le gustan las palabras, que racionalizaciones de ese calibre abundan detrás de cada hipótesis, volviéndolas a sus ojos casi casi irrefutables.

Echa la última mirada antes de salir; quizás haya algo que agregar al mantra. Sacude el celular para ver la hora. Perdió el botón de encendido y ahora sólo puede activar la pantalla con el detector de movimiento. Son las 19:33. Menos de dos horas. Caza la billetera de un manotazo y cierra la puerta al salir.

Se mira las manos. No hay llaves. No hay picaporte del lado de afuera. Quedó encerrada, paradójicamente, fuera de su casa.

“¡La puta que me parió! Hay que ser boluda, eh”. No puede parar de visualizar una imagen tragicómica en su cabeza: se ve despeinada y sucia, con ropa de entrecasa y ojotas, sentada en la entrada del edificio mientras lo ve llegar de punta en blanco… Pero ojo, con las pilas para la guirnalda que hoy DEBÍA usar. Viernes. 19:46.

Porque la expedición, ya que estaba fuera, empieza en el kiosco de la cuadra para comprar baterías. Rauda, prosigue en un locutorio intentando contactar a alguien por Facebook. Murphy, que se las sabía todas, ya lo había predicho: tu mejor amigo que vive a 4 cuadras, tiene copia de tus llaves pero justo el día que las necesitás, él está de viaje… en Brasil. También cuenta con otra máxima que reza: tu familia vive conectada a los todos los medios de comunicación pero nadie atiende el teléfono cuando llamás por una urgencia. Termina al borde del colapso en la entrada del edificio pidiéndole ayuda al portero que, milagrosamente, está todavía de guardia y promete llamar a algún cerrajero que venga a abrir la puerta. “Tengo a las mascotas adentro”, suelta ella como excusa por la urgencia.

Afortunadamente, el cerrajero cierra a las 20:00, queda cerca y puede acercarse a gritar “¡ábrete, sésamo!” O a hacer la magia que deba, no está segura. Y cuando llega… cuando llega abre la puerta con una radiografía doblada con la que empuja el pestillo. Ella se quiere morir un poco porque piensa que fue una solución tan simple. El cerrajero dice livianamente que debe agradecerle a su suerte que haya sido tan fácil porque una abertura blindada es siempre una complicación.

El viernes transcurre, pasado el episodio, como todos los últimos viernes. Eso sí: con guirnalda de luces. Descontado que olvidó las velas y los fósforos, ¿no?

Febrero la encuentra con las mismas preguntas y pensando en abandonar las innovaciones. La meseta del aburrimiento le resulta soporífera y examina opciones que la sacarían de la conformidad para arrojarla de cabeza fuera de la zona de confort. Febrero decide que un martes, recién llegada de dar unas vueltas con el perro, la puerta se trabe sola con un sorpresivo click al introducir la llave en la cerradura no blindada. El cerrojo blindado hace tres años no funciona y la llave no se puede sacar de la cerradura. Es inexplicable que se haya girado sola del lado de adentro. “No te la puedo creer, ¿otra vez?”, le dice al perro. “Quedate ahí que ya vengo”.

Se le cae la cara de la vergüenza cuando le dice al mago de las llaves si la recuerda, que el mes anterior se quedó afuera y le abrió pero que esta vez piensa que será peor porque ahora sí se cerró la blindada y no hay llave que abra; es inexplicable, ¡la cerradura está rota…! El cerrajero hace su magia con la radiografía doblada y la puerta está, efectivamente, trabada porque el pestillo del cerrojo blindado se giró media vuelta; se ven los tres barrotes apenas asomados cuando consigue abrirla. El cerrajero insiste en su buena suerte. Y esta vez repara la cerradura. Entonces sí, piensa que sin dudas, Marzo la encontrará preparada. Todo lo puede.

Un Viernes de Febrero rompe con el esquema instaurado hasta entonces para insinuar una alternativa. Hoy es una novedad pero ella ya lo ve venir: en un mes será parte de la masa amorfa de estos Viernes consecutivos y clonados, sujetos a mínimas innovaciones. De cualquier modo, aún no está lista para salir eyectada de la zona de confort y recibe la novedad con brazos bien abiertos. Los ajustes, estimada, siempre traen consecuencias.

Él le escribe pasada la novedad para contarle que se quedó fuera de su casa en condiciones similares a las suyas, sin llaves y sin celular. Que salió a dar vueltas por el barrio nuevo en el que reside hace poco, esperando tener suerte de encontrar ese sábado cerca de las 19:00 un mago que con una radiografía doblada le abra la puerta. Que Murphy no pensó sólo en ella cuando escribió que la portadora de la copia de sus llaves está en Brasil como estaban las tuyas. A él también le dicen que tuvo suerte.


El universo, o la energía que todo lo toca y une, se le está riendo en la cara. Interpretame esta causalidad con racionalizaciones, a ver qué tal te va. Fijate cómo encaja en la masa amorfa y clonada de tus últimos viernes. Decime con qué aperturas y cierres están fingiendo demencia. ¿O no entendiste la indirecta?