Da una mirada antes de salir del
departamento. Piensa que últimamente los viernes de Enero son todos iguales. La
rutina la aplasta horriblemente; la semana la encuentra siempre tramando la
innovación, sin importar cuán pequeña sea. Hoy es menester ponerle pilas a esa
guirnalda de luces que aún no estrena y prender una vela para sumir en luz
cálida los ambientes. Repite mentalmente lo que tiene que comprar porque es
sabido: suele ser la que olvida un ítem indispensable para luego recorrer
góndolas hablando sola mientras hace listas mentales. Memoria fotográfica, eso
es lo que tiene. Repasa polaroids mentales de alacenas, estantes y placares
buscando *eso* que se escurrió de su conciencia.
“Pilas doble A, fósforos, velas;
pilas doble A, fósforos, velas” es el mantra que le toca hoy; se lo repite
susurrando al tiempo que esquiva al gato que, por criarse con el perro, copió
ese vicio de estar siempre en el medio de los pies. Hoy fue día de poner orden
y los ambientes no estarán tan presentables hasta la próxima semana. Porque sí,
el orden dura lo que la estadía de la visita y el desorden es inversamente
proporcional a la presencia. Leyó en algún lado que ya no recuerda, pero
siempre cita, que las personas desordenadas son las más creativas y que, en el
propio desorden, su creador se entiende; que hay que destruir para construir.
Tanto le gustan las palabras, que racionalizaciones de ese calibre abundan
detrás de cada hipótesis, volviéndolas a sus ojos casi casi irrefutables.
Echa la última mirada antes de
salir; quizás haya algo que agregar al mantra. Sacude el celular para ver la
hora. Perdió el botón de encendido y ahora sólo puede activar la pantalla con
el detector de movimiento. Son las 19:33. Menos de dos horas. Caza la billetera
de un manotazo y cierra la puerta al salir.
Se mira las manos. No hay llaves.
No hay picaporte del lado de afuera. Quedó encerrada, paradójicamente, fuera de
su casa.
“¡La puta que me parió! Hay que
ser boluda, eh”. No puede parar de visualizar una imagen tragicómica en su
cabeza: se ve despeinada y sucia, con ropa de entrecasa y ojotas, sentada en la
entrada del edificio mientras lo ve llegar de punta en blanco… Pero ojo, con
las pilas para la guirnalda que hoy DEBÍA usar. Viernes. 19:46.
Porque la expedición, ya que
estaba fuera, empieza en el kiosco de la cuadra para comprar baterías. Rauda,
prosigue en un locutorio intentando contactar a alguien por Facebook. Murphy,
que se las sabía todas, ya lo había predicho: tu mejor amigo que vive a 4
cuadras, tiene copia de tus llaves pero justo el día que las necesitás, él está
de viaje… en Brasil. También cuenta con otra máxima que reza: tu familia vive
conectada a los todos los medios de comunicación pero nadie atiende el teléfono
cuando llamás por una urgencia. Termina al borde del colapso en la entrada del
edificio pidiéndole ayuda al portero que, milagrosamente, está todavía de
guardia y promete llamar a algún cerrajero que venga a abrir la puerta. “Tengo
a las mascotas adentro”, suelta ella como excusa por la urgencia.
Afortunadamente, el cerrajero
cierra a las 20:00, queda cerca y puede acercarse a gritar “¡ábrete, sésamo!” O
a hacer la magia que deba, no está segura. Y cuando llega… cuando llega abre la
puerta con una radiografía doblada con la que empuja el pestillo. Ella se
quiere morir un poco porque piensa que fue una solución tan simple. El
cerrajero dice livianamente que debe agradecerle a su suerte que haya sido tan
fácil porque una abertura blindada es siempre una complicación.
El viernes transcurre, pasado el
episodio, como todos los últimos viernes. Eso sí: con guirnalda de luces.
Descontado que olvidó las velas y los fósforos, ¿no?
Febrero la encuentra con las
mismas preguntas y pensando en abandonar las innovaciones. La meseta del
aburrimiento le resulta soporífera y examina opciones que la sacarían de la
conformidad para arrojarla de cabeza fuera de la zona de confort. Febrero
decide que un martes, recién llegada de dar unas vueltas con el perro, la
puerta se trabe sola con un sorpresivo click al introducir la llave en la cerradura
no blindada. El cerrojo blindado hace tres años no funciona y la llave no se
puede sacar de la cerradura. Es inexplicable que se haya girado sola del lado
de adentro. “No te la puedo creer, ¿otra vez?”, le dice al perro. “Quedate ahí
que ya vengo”.
Se le cae la cara de la vergüenza
cuando le dice al mago de las llaves si la recuerda, que el mes anterior se
quedó afuera y le abrió pero que esta vez piensa que será peor porque ahora sí
se cerró la blindada y no hay llave que abra; es inexplicable, ¡la cerradura
está rota…! El cerrajero hace su magia con la radiografía doblada y la puerta
está, efectivamente, trabada porque el pestillo del cerrojo blindado se giró
media vuelta; se ven los tres barrotes apenas asomados cuando consigue abrirla.
El cerrajero insiste en su buena suerte. Y esta vez repara la cerradura. Entonces
sí, piensa que sin dudas, Marzo la encontrará preparada. Todo lo puede.
Un Viernes de Febrero rompe con
el esquema instaurado hasta entonces para insinuar una alternativa. Hoy es una novedad
pero ella ya lo ve venir: en un mes será parte de la masa amorfa de estos
Viernes consecutivos y clonados, sujetos a mínimas innovaciones. De cualquier
modo, aún no está lista para salir eyectada de la zona de confort y recibe la
novedad con brazos bien abiertos. Los ajustes, estimada, siempre traen
consecuencias.
Él le escribe pasada la novedad
para contarle que se quedó fuera de su casa en condiciones similares a las
suyas, sin llaves y sin celular. Que salió a dar vueltas por el barrio nuevo en
el que reside hace poco, esperando tener suerte de encontrar ese sábado cerca
de las 19:00 un mago que con una radiografía doblada le abra la puerta. Que
Murphy no pensó sólo en ella cuando escribió que la portadora de la copia de
sus llaves está en Brasil como estaban las tuyas. A él también le dicen que
tuvo suerte.
El universo, o la energía que
todo lo toca y une, se le está riendo en la cara. Interpretame esta causalidad
con racionalizaciones, a ver qué tal te va. Fijate cómo encaja en la masa
amorfa y clonada de tus últimos viernes. Decime con qué aperturas y cierres
están fingiendo demencia. ¿O no entendiste la indirecta?