domingo, 30 de octubre de 2005

Diagonal

Llovía. No, estoy recordando mal: lloviznaba.

Yo la esperaba en la esquina como habíamos quedado el día anterior. Ya se estaba haciendo un poco tarde, mas eso no me molestaba: podía imaginarla preocupada viajando parada en el colectivo, contando los minutos, viéndolos estirarse eternamente en el reloj. Refunfuñando por lo bajo quizás, con algunas pequeñísimas gotas de sudor que se mezclaban con la humedad ambiental. Una lluvia otoñal, su polera y su pelo enrulándose traviesamente. Es que no hay en ella nada que no sea pícaro e infantil, que no sonría dulzura, que no saque la lengua como una niña atrevida. Me causaba gracia porque se preocupa sin motivo: yo no pensaba moverme ni un ápice de donde estaba parado y conocía el tránsito en Belgrano a esa hora pico. Sólo me preocupaba un poco la idea de que pudiera pasarle algo en el trayecto. Ella me enseñó a pensar de manera positiva aunque a veces debería ponerlo más en práctica. Me repetía frases en la mente pues desconocía qué decirle cuando la viera; sé que no le gustan los lugares comunes y que reniega de la dulzura: a veces me muestra los dientes cuando le quiero hacer una caricia. Y yo río porque no puedo decirle nada, no me sale decirle nada. Como tampoco me nacía nada original cuando la vi correr hacia mí bajo la llovizna, las gotas de lluvia armando arco iris alrededor de su pelo, su mochila batiéndose de un lado a otro. Llegaba agitada bajo las tenues luces del alumbrado de la calle. Me sentí identificado con su maratón y a mí se me cortó la respiración y sólo pude articular algo que creo sonó parecido a:

- Estás hermosa -, me dijo entrecortadamente. Era gracioso: yo era la que corría porque llegaba tarde y a él le fallaba la respiración. Le sonreí y él me devolvió la sonrisa y simulando un enojo que no era tal, le dije que los regalos era de mala educación devolverlos. Desafiándonos, nos provocamos sonrisas mutuas durante diez minutos hasta que decidimos dejar el asunto porque nos dolían los músculos de la cara. En el bolsillo ya nos llevábamos más de 20 sonrisas cada uno, aunque ya no sabía cuáles eran las mías y cuáles las suyas, cuáles eran compartidas y cuáles eran las desparejas. Recuerdo que me deshice en disculpas: el transporte público y yo estamos un poco peleados hace un par de años. Tenemos épocas en que nos llevamos maravillosamente y llego puntual a todos lados. En otros tiempos, no importa cuánto tiempo me sobre, llego siempre tarde y me pregunto y le pregunto al tren, al colectivo, al subte dónde quedaron esos diez, quince minutos que me sobraban y de repente me hacen falta. Claro que nunca me responden. Él se reía ante el hecho de que me deshiciese, ante estas disculpas que sacaba de la mochila y de atrás de mi oreja. Le narré mi odisea, haciendo específico hincapié en el hallazgo de mi nueva profesión: cazadora de colectivos. Le conté de la humedad y los juanetes enguantados en la zapatilla, de las ondas que aparecían en mis pelos y de las cuadras corridas bajo la lluvia con mi mochila danzando zapateo americano en mi espalda. Él río, siempre tan educado él, riendo ante mis chistes malos y comparaciones bizarras y finalicé el cuento con un:

- ¿Vamos? -.

Caminamos por veredas distintas que a veces se unen en una diagonal. Y cuando no se cruzan, podemos saludarnos de vereda a vereda pero ninguno de los dos cruza. A veces conversamos y gesticulamos ampliamente, tan grandilocuentemente que no nos damos cuenta y alguien liga un sopapo en mitad de la cara. Y sabemos que no cruzamos hacia la vereda de en frente porque no queremos. Nos reconforta saber que tenemos un sentimiento particular con la lluvia, que somos agua, que ambos llovemos juntos en días como estos, que recordamos al otro y caminamos con él aunque estemos en puntas distintas de un planisferio. Que dejamos que las veredas choquen solas porque es harto divertido.


Yo no quiero estar con él y yo no quiero estar con ella mas si ella corre bajo la lluvia o él camina bajo la llovizna yo lo imagino a él cerrando los ojos y yo pienso en ella, la siento gritando al cielo esperando que se desgarre sabiendo que hay una sonrisa posada en sus labios, con una respiración fallando a propósito a un mismo ritmo esperando que en la próxima vuelta de esquina nos topemos con una diagonal para estrecharnos un rato.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Después de tanto TANTO tiempo revisando el blog en busca de algún rastro de mi escritora favorita, me encuentro con esto que, en mi mente, no tiene palabras pero si evoca un sonido..

APLAUSOS!

Lo amé cuando me lo pasaste y acabo de amarlo en la relectura.
Que talento querida.
Que orgullo ser tu amiga.

Ornela Laezza dijo...

Bueno, este fin de semana leí tu escrito, hoy aquí estoy sentada para decirte que si, me gusto, que estoy empezando a entender tu estilo y es muy dulce muy llevadero. Ya te hice entender que me gustan tus títulos, y en este aparte del titulo original encontré en el trayecto del texto una palabra (o un rejunte de palabras) que me pareció genial “la caza colectivos” .
Me hizo acordar a un cuento de Elsa Boornerman que se llama “La ahuyenta lobos”… adoro esos rejuntes, creo que escribir es también el arte de rejuntar, de meter al lado las palabras y en pedacitos como estos se ven ideas muy lindas y muy claras. Te propondría de escribir todo un escrito con ese titulo, a ver que sale, o mejor de hacer algo tipo en la escuela ,con un mismo titulo, vos escribís algo y yo escribo otro algo, desde los distintos puntos de vista, a partir de la misma base…. y que se sume el que quiere…pero bueno entiendo de mi sobre emoción, soy como una “Fanta chica” y no quiero romper ….
Te saludo y hasta la próxima diagonal….

Albus dijo...

Es hermoso y me quedo corto, pero tengo sueño para comentar algo mejor, solo que es un placer haber llegado acá. :)